lunes, abril 17, 2006

II. GÉNESIS



Muchas historias se tejen en torno a la fundación de Guth, todas sin embargo tienen un poco de verdad y de ficción y así han sido recogidas por los habitantes para explicar la historia de este país, como ésta es la recopilación acordada en la Asamblea de la laguna de Othún daremos a todas validez e importancia narrando al lector lo más detalladamente posible las leyendas que entrecruzadas y juntas han conformado el cielo verde que hoy cubre a los hombres y mujeres desde la Ciudad de colores hasta La ciudad de rotos corazones y desde San Pedro Fundadores hasta La montaña de los ancianos susurros.

Cuentan algunos ancianos que existió hace algunos años un Cartero, febril empleado de la Compañía de Correos, cruzaba en los más recursivos medios de transporte las tierras por donde llevaba y traía las esquelas de amor de epistolares parejas unidas por apasionadas letras y tiernas confesiones, las cartas cariñosas de los hijos a los padres y a las madres y uno que otro telegrama concreto y poéticamente conciso. Nuestro cartero gustaba descansar en sus largas jornadas bajo la sombra de los árboles, cruzar los ríos en canoas de madera, tomar a préstamo caballos por las escarpadas montañas y recibir los tintos, jugos, sancochos de gallina, guarapos, cervecitas y frutas con los que las personas le agradecían el ser portador de tan gratos escritos, se daba cuenta este cartero de lo fértiles que eran estas tierras del país del sagrado corazón para que de ellas botaran espontáneos poetas de todo calibre sin ambiciones Nobélicas o editoriales, tan solo movidos por una incontenible necesidad de arrastrar versos sobre el papel. Pero el cartero no se sentía parte del mundo en general, cuando a su paso encontraba horribles sujetos acostumbrados a limpiar su suela contra la necesidad de hermanos y hermanas de pieles grises de ojos amables y aguantadores. Odiaba en particular a los avarientos y a los que eran lobos de otros hombres -con perdón de los lobos, nobles animales...- y con frecuencia encontraba en sus caminos ojos cansados que a duras penas cargaban tanta tristeza, para él no había explicación para el dolor de los hombres y mientras corría de aquí para allá con sus deberes en la mochila masticaba lentamente el profundo deseo de recomenzar, de cargarse encima esas buenas razones que a diario llevaba, de convencer a tantos poetas y nobles corazones y empezar todos juntos en alguna otra parte, en algún lugar donde pudieran dictar una ley de oro, "de aquí desterrada la tristeza y los usurpadores", y en tanto más caminaba pos valles y cerros más indispensable se le hacía este proyecto tan solo una cosa que no sabía por donde comenzar ni adonde llegar, pues pensaba que tras la edad de los descubrimientos la especie humana no había dejado lugar para empezar de nuevo.

Sucedió entonces que -y en este punto se unen todas nuestras leyendas, lo iremos viendo a medida que las contamos- sucedió entonces que nuestro cartero encontró el amor, no insistiremos por ahora en la infructuosa tarea de describir su enamorada -y este es otro punto donde las leyendas se entrecruzan pues es la suma de las leyendas la que conforma a la enamorada- y se sintió el cartero asaltado por la extraña sensación de poder con todo, podía por ejemplo figurarse horas enteras hablando con una paloma rebelde [pues de los zuros ni hablar, horrible plaga...], o encontrar en un cruce de tres por cuatro la clave para disuadir al bosque o sentir que la lluvia que todo lo mojaba y en especial sus preciosas cartas no era ni siquiera un contratiempo, todo lo encontraba [salvo los zuros y las ratas] hermoso y entendible, así que con la paciencia de una aguja que teje un saco que tendrá que envolver a varias generaciones el cartero comenzó a unir esos lugares dispersos hasta entonces, los lugares secretos mágicos donde reposan al final de los tiempos las almas humanas o las cansadas vidas de los viejos elefantes, y tejía y tejía y convencía a los poetas y a los músicos de camino a que convencieran a más poetas y a más músicos de camino y a más niños de triciclos rojos y a más árboles de flores amarillas.

Como nadie que estuviera aún vivo había fundado nunca un país y no existían manuales ni protocolos de "pasos para fundar un país" pues la tarea no solo era complicada al extremo sino además del todo sabrosa y emocionante, era como despertar cien veces en un campo de trigo o a la orilla de un suave arroyo o algo así como poder volar de un árbol de mango a aquella roca de la montaña, y lo mejor era que todos sentían eso, como una alegría colectiva de hacer algo nuevo y sin saber bien como, era algo tan bueno y tan sin saber como que los cretinos ocupados en sus ultrajes no se daban cuenta de lo que se armaba y los implicados no se daban cuenta que los cretinos ni se percataban, en fin, todo iba como por entre un túnel a toda velocidad y con la mayor precisión y nuestro cartero enamorado como el que más cumplía con todo dios sabe como y además sacaba sus ratos para el amor. [Continuará...]

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