jueves, marzo 23, 2006

I. GÉNESIS


En el principio ya existían Cancha Rayada y las bicicletas, los cerezos que se sonrojaban cada año, ya existía esa esquina de la 27 con 32 y los elefantes pequeños. Desde el comienzo ya corrían por allí los niños y los atardeceres eran una pintura al fuego, las personas se aferraban las unas a las otras y podían desde siempre recostarse en el frente de su casa mientras desnudaban una naranja y una libélula alzaba sus colores de los pozos a los árboles de flores amarillas.

Al comienzo los caballos salvajes ya llevaban siglos de trote por las praderas y llegaban a decenas de miles las veces que un muchacho había pasado su mano por el cabello de una muchacha que lo miraba luminosamente como si toda fuera ojos y sonrisa.

Los abuelos recordaban su infancia mirando a sus nietecillos jugando con la mas chica de la ovejas abrazados a ella como si fuera una manta viva o una hermana y los ríos pasaban imponentes como siempre lo hicieron bajo los puentes de guadua.

Pero el mundo estaba disperso entonces y a diario pasaban por la esquina de la 27 con 32 hombres y mujeres desesperados porque el pan no pasaba jamás por sus manos, cargaban a sus niños como si el futuro fuera un peso y no una fábula o un verso en construcción y no veían las flores del magnolio que se esforzaba por hacer amable la esquina. Los cerezos se cansaban de enrojecer cada año sin que nada cambiara en la tristeza de los transeuntes que dejaban podrir las pepitas sobre el pavimento.
Las hojas secas envejecían hasta límites insospechados porque nadie asumía que estaban allí para que al pisarlas el crujido de su piel liberara el alma. La monotonía y la desesperanza se apoderaban del mundo muy a pesar de los abuelos y los niños, de las ovejas de los elefantes pequeños de los caballos salvajes del rumor de los ríos de los árboles de los que llovían flores amarillas de ...
las hojas secas envejecían hasta límites insospechados porque nadie asumía que estaban allí para que al pisarlas el crujido de su piel liberara el alma.

La monotonía y la desesperanza se apoderaban del mundo muy a pesar de los abuelos y los niños, de las ovejas de los elefantes pequeños de los caballos salvajes del rumor de los ríos de los árboles de los que llovían flores amarillas de ...

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